Podemos reconocer que esta incursión está determinada por dos ejes, expresados por una natural retrospección o incluso la idea de rememorar la transgresión de Goya, revitalizándola, ya que reclama y remarca la idea de la complicidad, amparada por una continuidad desplegada desde el grabado, haciendo uso como ya se dijo, de técnicas donde se van abigarrado diversas capas que de por sí, van articulando un espacio dialogante en donde emerge la transferencia de esta caprichosa cara, en la que el referente original aparenta ser sólo un soporte más.
“¿Qué queda? Los Caprichos de Goya” es la pregunta que da nombre a la exposición que se está presentando durante julio en la Sala museográfica del emblemático Taller 99, y que de manera inapelable abre los flancos en torno a esta relectura que Adam Rake (Estados Unidos, 1980) articula sobre la base de un supuesto resabio que opera de manera subyacente, dado que este artista al igual que un demiurgo – desde el grabado- abre la posibilidad para que caprichosamente mude su piel, pero no sólo retomando su condición original, sino formulando nuevos mensajes cifrados, los que por cierto no antagonizan con lo propuesto por Goya, sino que terminan siendo una prolongación que concuerda por añadidura en esta convulsionada sociedad actual que apela por cambiar sus paradigmas, con miradas bastante menos recesivas respecto al poder.
Las que se advierten, no buscando la confrontación, sino más bien desde la reflexión, y valiéndose de un proceso técnico y estético que a su manera van dejando en reserva la imagen evocada, pero que aflora lentamente como una robusta revelación en la cual conversan Goya y Rake. Pero a la cual se suman inconscientemente Nemesio Antúnez y Mauricio Lasandry, dos figuras que fueron parte del Atelier 17, fundado por Stanley William Hayter, y que caprichosamente coinciden con Rake, dado que él trabajó con Lasandry en Nueva York, y en la actualidad participa del taller que este argentino creó en Iowa, y por si fuera poco hoy realiza un taller y exponiendo en el Taller 99 fundado por Nemesio Antúnez.
Lo interesante en Rake sin embargo, es que tiene el aplomo suficiente para a través del oficio reversionar el original, infundiéndole una perspectiva complementaria a dicha obra, tanto por los procedimientos y técnicas que agrega al dibujar con luz, como por los matices cromáticos que le entregan una suerte de veladura imaginaria, que la inserta en una atmósfera totalmente diferente.
En dicho contexto la fotografía o mejor dicho la fotomecánica, la lleva a un proceso en el cual logra reconfigurar el legado de Goya, sin perder un ápice lo que el español quiso expresar en sus Caprichos (1799). No obstante, deja entrever su voz propia, tal cual lo hace un ventrílocuo, ya que este artista habla entre líneas de las vicisitudes, más que desde la ironía, con un repertorio técnico que lo lleva a poner distintas capas o envestiduras, las que combina con un químico fotosensible que, al reaccionar con la luz ultravioleta, activa un proceder enraizado en el grabado, cuando se cubre con plantillas ciertas zonas para enmascarar el efecto lumínico.
Algo que luego se traduce en una gama de pigmentos y matices con los que Rake intensifica los Caprichos, demostrando con ello un manifiesto compromiso con el oficio. Además de un profundo respeto por la una obra que transita de la aguafuerte a la fugacidad lumínica, y de ahí a la irrupción de técnicas tan tradicionales como la monotipia a la mismísima xilografía.
Asimismo, podemos reconocer que esta incursión está determinada por dos ejes, expresados por una natural retrospección o incluso la idea de rememorar la transgresión de Goya, revitalizándola, ya que reclama y remarca la idea de la complicidad, amparada por una continuidad desplegada desde el grabado, haciendo uso como ya se dijo, de técnicas donde se van abigarrado diversas capas que de por sí, van articulando un espacio dialogante en donde emerge la transferencia de esta caprichosa cara, en la que el referente original aparenta ser sólo un soporte más. Sin embargo, haciéndole honor a su estilo es precisamente aquí donde Goya, infiltrado casi como si viniese del inframundo a hacernos la pregunta: ¿Qué queda de los Caprichos?
La respuesta está a la vista, pues los pliegues de esta relectura que Adam Rake propone es una retroalimentación, donde la representación es eminentemente extemporánea, ya que se funden la postura crítica de Goya frente a la nobleza, el clero, y toda esa superchería que gira en torno a la iglesia, la inquisición y todos los horrores de su época en los cuales también está la guerra, y a las que se agregan en el hoy toda una sucesión no menor de posibilidades de interpretación que Rake logra recomponer en las profundidades de una obra que no pierde su vigencia, sino que se revitaliza en torno los cuestionamientos y cambios que esta sociedad contemporánea reclama.
Muchos de los cuales también congenian con lo coloquial y lo universal, pasando por una búsqueda de trascendencia en la que el temple de un artista magister en Bellas Artes en grabado en Indiana University, se extiende hacia lo metafórico, ayudado por el dominio de la materialidad que va mutando caprichosamente como una criatura consciente de su autonomía.
Digo esto, ya que no se puede entender “¿Qué queda? Los Caprichos de Goya”, no como un tributo que enaltece la figura del artista que expresó sin tapujos, tal como lo analiza el español Francisco Bermejo Laguna en un artículo sobre los Caprichos (1799) – “La incultura, la superstición, la estupidez y una sociedad estamental caduca e injusta, son entre otros, los temas que en estos grabados aborda el autor. Su estilo es desgarrador, cruel, fantasmagórico y cercano al surrealismo en algunos de ellos. Frente a otros en los que derrocha ironía, así como un humor trágico y pesimista”. Algo que no se desdice con el resignificar que hace Adam Rake, ya que además de retroalimentar la obra de Goya, retoma las grandes preguntas en torno a la vida y la muerte, una sociedad que a todos nos vulnera.