Otra mirada al Taller 99

Por Waldemar Sommer

Al mirar con detenimiento la actual exposición del Taller 99, una vez más se llega a la conclusión de siempre: si en literatura cabe hablar de una poesía chilena y, en cambio, con la prosa no sucede lo mismo, nuestras artes plásticas muestran una clara superioridad de la gráfica sobre la pintura. Podemos comprobarlo en los renovados espacios, limpios, luminosos de la Fundación Cultural de Providencia. Habla por sí sola la presente visión retrospectiva del mítico taller fundado en el remoto 1956, por Nemesio Antúnez en su propia casa de calle Guardia Vieja. Sede a la cual sucedieron la Casa Central de la Universidad Católica y luego su campus de Lo Contador (1959-1964); la refundación en la Casa Larga de Carmen Waugh (Bellavista, 1985); la siguiente en calle Melchor Concha (1990-2010) y, desde 2011, la que parece definitiva en calle Zañartu N° 19016. Muchas residencias, desde luego, y capaces de acoger nada menos que a 539 artistas, ya famosos y constantes, ya fugaces y de nombres ahora desaparecidos de la lidia gráfica.

Cabe seguir con facilidad cronológica en la fundación municipal la evolución de varios autores destacados. Así, el primer conjunto corresponde a la carpeta dedicada a la incomparable belleza poética del bíblico “Cantar de los cantares” (1961). Compuesto por trece grabados en blanco y negro -la inmensa gran mayoría de lo mostrado- primero permite divisar al discípulo chileno de Hayter y su neoyorquino Taller 17. Entrega una luna que asoma dentro de un espacio celeste muy personalmente sugerido. A su lado, Roser Bru abstrae una figura humana algo lejana de la iconografía que con ella uno asocia. En los cuerpos humanos pareados de Eduardo Vilches, sí cabe reconocer el neto contraste de claridad oscuridad, típico suyo más adelante. Y mucho más se delata Lea Kleiner a través de sus vegetaciones tan sutiles. La carpeta siguiente, “Trazos en el abismo” (18 láminas de 1992), descuella sobre todo mediante la talentosa Adriana Asenjo, cuyo negro y blanco contundentes cuajan en un móvil arbolado, mientras Beatriz Leyton dibuja el ángulo inesperado de una corbata al cuello y Javiera Moreira opta por un equilibrista en bicicleta. Asimismo, llaman la atención los grabados de ciertos participantes que no conocíamos: la figuración onírica de Sandra Accatino -¿acercamiento al mundo de la inagotable Alicia?-, el bien manejado collage de Cristián Corral, el torbellino sensorial de Pedro Sánchez, el paisaje con curiosa fonda de Macarena Bretón, el bien delineado bosque frondoso de Carolina Vildósola.

Los pequeños “Autorretratos”, entre 1988 y 2003, contribuyen con interesantes autores nuevos, como Patricia Claro y Francisco Letelier. A continuación, de las 37 hojas de “Juegos de niños” (1999-2005) sírvanos de testimonio la atractiva imagen surrealista de Soledad González, el rigor geométrico de Teresa Gacitúa y el juego de manos de Asenjo. Treinta y seis grabados conforman “Las estaciones” (2010-11). Ahí, a las originales interpretaciones de Bru y de Rafael Munita, entre otros se agregan el paraguas de Asenjo, el árbol característico de Isabel Cauas y el paisaje con bolsas de S. González. Por último, tenemos la presencia más numerosa: “Las cucharas” (2017-18), que prepara el centenario de N. Antúnez, permitiéndole al fundador también “cucharear” junto a sus fundados. Compone el conjunto una predominante cantidad de autores en pleno desarrollo y donde no faltan elaboraciones más convencionales.

Como coronación de esta revisión de pasado y presente, asistimos al diálogo, o más bien al enfrentamiento, entre dos mundos inconciliables: Nemesio y Roser. Comenzando por respectivos autorretratos, en 1989 vemos en el primero a un artista un poco huidizo y de aire romántico; a Bru ella como menina recatada de hace solo cuatro años atrás. En un intento de brevísima síntesis, digamos que Antúnez se muestra más explorador y sensual, más móvil y violento. Mientras ella emerge más quieta y terrenal, más fiel a la figura humana. Pero que la gráfica de ambos es grande, ¿qué duda cabe?

Fuente: Arte y Letras de El Mercurio

Entidad sin fines de lucro dedicada a la creación, investigación, edición, docencia y difusión del arte del Grabado fundado por el destacado pintor y grabador Nemesio Antúnez en 1956.

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